recorridos (CALLEJEROS)
La vida nos recorre.
Los hijos nos recorren por caminos inimaginables, volteándonos una y otra vez, como el océano presente y por venir, que son.
Los amantes nos recorren la piel volviéndonos niños caprichosos con olor a origen, adultos entregados de poderosas manos... y como olas, van viniendo las edades... nuevas como pétalos de flor que se abren y antiguas como ecos de la nada alojada en el hormigón que se desmorona para dar paso a la piel, desnuda y vulnerable.
Y nos recorre con miedo, con asombro, la imposible quietud de los acontecimientos.
Los callejeros, hablan así de raro, los del pueblo tercero, son como los gatos, nadie se los toma muy en serio, y los que menos, ellos. Salvo cuando juegan, que se ponen serios serios, pero al final solo es eso... un juego.
Como pasó con la cuarta, la quinta y el sexto de Don Nicasio, el médico del pueblo.
La cuarta, Torcuata, quería ser marinero, la quinta Ludovica, titiritera y del sexto ni el nombre sabemos y la verdad es que a nadie le importaba un bledo, no por desinterés, si no por falta de tiempo.
Así que los tres, cada uno a su tiempo, se ofrecieron como sendero, cada uno a un extranjero.
A los extranjeros les gustaba recorrer estos senderos callejeros que a veces los guiaban por fuera y a veces por dentro.
Y a veces cuentan historias y a veces se vuelcan para dentro estos senderos...
Y hoy, éste, se vuelca para adentro queriendo en vano parar el devenir de los tiempos, detener los sucesos, sujetar el hueco por donde se cuelan los hechos, congelar la realidad, rellenar heridas con sus dedos, por Diosa, este maldito tiempo que no se está quieto... y nunca lo estará, por mucho que queramos fijarnos a un instante, a un espacio y a un tiempo... todo cambia... cambiemos con ello.
Acepto, pues, ser sendero, corto o largo, cierto o incierto,
Anda... recórreme tiempo y sorpréndete de a dónde llego.
Corduras círculares 1
Los hijos nos recorren por caminos inimaginables, volteándonos una y otra vez, como el océano presente y por venir, que son.
Los amantes nos recorren la piel volviéndonos niños caprichosos con olor a origen, adultos entregados de poderosas manos... y como olas, van viniendo las edades... nuevas como pétalos de flor que se abren y antiguas como ecos de la nada alojada en el hormigón que se desmorona para dar paso a la piel, desnuda y vulnerable.
Y nos recorre con miedo, con asombro, la imposible quietud de los acontecimientos.
Los callejeros, hablan así de raro, los del pueblo tercero, son como los gatos, nadie se los toma muy en serio, y los que menos, ellos. Salvo cuando juegan, que se ponen serios serios, pero al final solo es eso... un juego.
Como pasó con la cuarta, la quinta y el sexto de Don Nicasio, el médico del pueblo.
La cuarta, Torcuata, quería ser marinero, la quinta Ludovica, titiritera y del sexto ni el nombre sabemos y la verdad es que a nadie le importaba un bledo, no por desinterés, si no por falta de tiempo.
Así que los tres, cada uno a su tiempo, se ofrecieron como sendero, cada uno a un extranjero.
A los extranjeros les gustaba recorrer estos senderos callejeros que a veces los guiaban por fuera y a veces por dentro.
Y a veces cuentan historias y a veces se vuelcan para dentro estos senderos...
Y hoy, éste, se vuelca para adentro queriendo en vano parar el devenir de los tiempos, detener los sucesos, sujetar el hueco por donde se cuelan los hechos, congelar la realidad, rellenar heridas con sus dedos, por Diosa, este maldito tiempo que no se está quieto... y nunca lo estará, por mucho que queramos fijarnos a un instante, a un espacio y a un tiempo... todo cambia... cambiemos con ello.
Acepto, pues, ser sendero, corto o largo, cierto o incierto,
Anda... recórreme tiempo y sorpréndete de a dónde llego.
Corduras círculares 1
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