Las hijas del vacío
Erase que se era, un pueblo tranquilo,
donde las mujeres eran sabias y los hombres buenos y los tomates
brotaban felices en cualquier rincón de la calle.
Los domingos por la mañana, todos los
lugareños, cogían sus cestas y partían rumbo a la iglesia,
subiendo la calle de la poetisa, recogiendo tomates de los pomos de
las puertas, de los gallineros, de las farolas, de los besos de los
enamorados y de las risas de los niños.
Al llegar a la plaza del pueblo, con
la iglesia a un lado, el ayuntamiento al otro y el bar Federica al
centro, la banda municipal comenzaba a tocar una canción de Fiona
Apple y todos vaciaban sus cestos de tomates bajo la estatua de las
hijas del vacío.
Era una escultura muy bella de negro
alabastro que se elevaba hasta penetrar el azul del cielo, como si
las mujeres allí esculpidas quisieran volver al sitio, del que
creían que nunca debían haber salido, pues nadie las había
recibido con los brazos abiertos, cuando decidieron hacerse carne.
Cuenta la leyenda, que en este
tranquilo pueblo, se dio hace muchos años, una extraña
enfermedad... debió ser mas o menos cuando a la paquita le nació el
ternero con los ojos violeta, ...mal presagio, se dijo... y
siguió a lo suyo.
En el mismo momento en que el ternero
se puso en pie para mamar de su madre, Infaustina, la del panadero,
se volvió forastera. Así, de repente, dejó de ver los tomates e
iba todos los domingos con la cesta vacía a la plaza.
- Claro, es que como no soy de aquí,
pues no se donde están los tomates- decía.
- Anda esta, mira que tontuna le ha dado ahora – dijo su madre, mirando a la abuela- pues no dice que es forastera, y de donde te crees que eres si se puede saber.
- Pues del pueblo de al lado.
- ¿De vacío?
- Sí, del vacío.
- Pero si allí no vive nadie
- por eso me he venido a este
- calla, calla no digas tonterías, le dijo su madre... y en ese mismo instante... se contagió, yo sí que lo pasé mal al venir aquí, que no conocía a nadie, ni sabía donde estaba nada...
- ¿Pero qué dices?- dijo la abuela con los ojos como platos – Esta chiquilla mía ha estado en las nubes desde que nació.
- No, en las nubes, no, en el pueblo de al lado – dijo la madre con un ojo violeta y otro color miel.
- Pues si hombre, a ver si ahora vais a ser todas del vacío, que le vamos a tener que cambiar el nombre por el lleno... de locas – dijo la abuela y los tomates de su cesta desaparecieron en un pis pas- la última habitante de ese pueblo fui yo...
Una
viejecilla que hacía gazpacho miró a la abuela y sintió un
escalofrió en los huesos, chasqueó la lengua y sonrío mostrando
su único diente al recordar su infancia en el pueblo desierto, miró
hacia la abuela y movió enérgicamente su dedo índice a un lado y
al otro y luego dirigiéndolo a su pecho... como diciendo, esa fui
yo.... y su gazpacho cambió de color
Y así
se fue propagando la enfermedad de hijas a madres, en dirección
contraria al amor, escalando hacia el origen, generando desolación ,
construyendo un pueblo fantasma que tal vez, tal vez, nunca existió,
y por ello inmortal, porque nunca nació.
Infaustina,
la primera contagiada, empezó a mirar con envidia las cestas llenas
de tomates de sus amigas, ella, aunque los tuviera delante de sus
narices, no podía verlos, porque su alma su cuerpo nunca habitó...
porque las alma habitan los cuerpos con el calor que las engendró,
calor de amor a la vida, a un hombre o a que se yo... cuando un
cuerpo acepta otro cuerpo que le brota en su interior , brotan
también los tomates...
Y ella
no los veía... bien lo sé yo, así que se marchó, encarnando al
forastero fantasma, pateando una piedra y silbando una canción con
la gorra hacia adelante para protegerse del sol
Caminó
y caminó...
Y en
el pueblo las contagiadas comenzaron una loca ascensión queriendo
volver al cielo que también las rechazó, quedando petrificadas,
comenzando por su corazón, inmortalizada la huida en la plaza mayor,
a la vista de todos, lo quieran ellos o no.
Infaustina,
se sentía la elegida de esta loca maldición, para abrirla y para
cerrarla, así que buscó y buscó... una solución.
Cogió
al toro por los cuernos, el de los ojos violeta, que del pueblo se
escapó, se asomó a sus ojos y en sus entrañas se metió.
Cuanta
gente había allí dentro, buscando una solución, un colirio para el
alma, un móvil, una serie, una televisión, un coche, una ilusión
con que no fueron recibidos, una mirada que les faltó... un fatal
despiste que les engendró, hijos de niños hambrientos a los que la
vida sorprendió con un regalo inabarcable, hijos ciegos al amor que
llegó a destiempo, y no supieron moverse para atrapar el dardo,
fijados en la ausencia, desacompasados del ritmo, anclados al nunca
existió, borrachos de melancolía, amando lo nonato y pidiéndole
perdón, perdón, perdón...a la vida que ellos son, que fueron sus
madres y que sus abuelas son.
Perdón.
Infaustina
salió de ese mundo cerrado donde bramaba la televisión, se cerraban
los pulmones y agonizaba el corazón, con el perdón en su regazo, y
hasta mucho tiempo después... no lo entendió.
Caminó
y caminó con el antídoto dentro y sin ver la solución.
Hasta
que se perdonó a sí misma por la vida que no apoyó, y se movió
para recibir el dardo, y con este dardo atravesado en su corazón
volvió al pueblo de los tomates, que prosaica condición, a darle su
cesta llena a la mujer que la engendró, y en ese momento su hija,
una sola, que no dos, con el nombre de la otra, un tomate descubrió.
Y la
madre, que ya es abuela, toca moverse de condición, descendió de la
estatua y en viejita loca y linda se convirtió. Niña anciana
desorientada, te quiero mamá, dije yo, digo Infaustina, esa que
nunca nació en el pueblo vacío, por mucho que lo anheló.
La
estatua de las hijas del vacío, sigue en la plaza del pueblo, pero
cada vez cambia más rápido de forma y siguen llegando cestas vacías
y siguen brotando tomates felices, cuidados por hombres buenos y
mujeres sabias, que así es el reparto en este pueblo.
A la
paquita cada vez le brotan mas terneros de ojos lilas, y ha ganado
muchísimo dinero con ellos...
pero
la estatua.... SE MUEVE.
FIN.
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